La noticia


—Santo Padre, debe saber que el físico de partículas y cardenal, Giulio Marccio, acaba de llegar desde Ginebra— dijo el Prefecto Rinaldo.
Rinaldo era el secretario de su Santidad desde hacía diez años. Siempre había velado por su seguridad, por su integridad y era el encargado natural para comunicarle la noticia.
—Secretario, le noto muy nervioso. ¿Acaso el director del CERN ha publicado algún comunicado? Marccio vendrá a ofrecernos un adelanto—dijo su Santidad.
En los últimos meses el CERN había anunciado el comienzo de una investigación sin precedentes. Estaba estudiando las fuerzas que actúan en las partículas elementales siguiendo dos líneas distintas de investigación. Los científicos que durante años habían estudiado millones de choques entre partículas, habían llegado a una conclusión. El asunto estaba relacionado con la teoría unificada de la física, la famoso teoría del Todo. Si estaban en lo cierto, si la unificación de las fuerzas del universo en una sola teoría había sido demostrada, ¿no era esto, al fin y al cabo, la prueba de que una gran mano había dictado y programado el Universo en forma de leyes fundamentales? ¿No era la prueba definitiva de la existencia de un gran hacedor?
Se encontraba el Papa en estas divagaciones cuando el Prefecto, adelantándose al pensamiento de su Santidad, tomó la palabra.
—Le conozco desde hace tanto tiempo que puedo adivinar lo que está pensando. Sí, se trata de la teoría unificada. El anuncio del CERN tiene que ver con la creación del universo—dijo Rinaldo.
—Pero, dígame entonces Prefecto, supongo que tendremos que estar preparados para contraatacar si los físicos del CERN demuestran que no hay teoría unificada, si demuestran que el Universo no ha sido creado por la mano de un ser inteligente. Me pregunto si eso puede demostrarse. Si van a realizar un anuncio inminente, me cuesta mucho imaginar que vayan a demostrar todo lo contrario. Si han encontrado unas ecuaciones que unifican todas las fuerzas de la naturaleza, anunciarían algo que, en esencia, equivale a la existencia de Dios. Al fin y al cabo, demostrar lo contrario, es decir, que no existen tales ecuaciones unificadas, es como demostrar que no existen cisnes azules. Habría que examinar todos los cisnes del mundo. En cambio para demostrar que sí existen, basta con encontrar uno de ellos— dijo el Papa.
—Esa es la clave Santidad—contestó Rinaldo.—Efectivamente, han encontrado ecuaciones que confirman el origen inteligente y premeditado del Universo.
—Pero entonces, dígame secretario, ¿cuál es el problema?, la física y la religión se unen. Ahora tendremos a la ciencia de nuestro lado—dijo, lleno de euforia, su Santidad.
—Le voy a explicar el problema, Santidad. El motivo por el que usted debe negar, inmediatamente, las conclusiones del CERN y tranquilizar a cientos de millones de católicos, a miles de millones de cristianos, y a los fieles de otras confesiones que también tomarán, sin duda, sus palabras como un referente: el director del CERN está a punto de anunciar la existencia de pruebas concluyentes de la creación del universo...
—Estupendo—, zanjó el Papa. —Eso es lo que estábamos esperando. Permítame insistir ¿cuál es problema? ¿Por qué veo en su cara ese semblante de preocupación?—
—Santidad, la creación del Universo no tiene su origen exactamente en una mano—dijo el Prefecto, mientras hacía una pausa, obligada por el enorme estado de tensión y por el debate interno en el que se encontraba— Santidad, los científicos del CERN han demostrado que las manos ¡han sido dos!

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