Los intérpretes


El intérprete de Dios y el intérprete del diablo tenían que ponerse de
acuerdo en los términos de la traducción. Habían pasado millones de
años desde el castigo, la expulsión del paraíso y el olvido impuesto
al diablo de su propio idioma. El diablo ideó otro difícil de traducir
que Dios nunca quiso aprender, contratando un intérprete ante la
inminente circunstancia del encuentro. Se trataba de un librero
aficionado a los idiomas imposibles, que había trabajado toda su vida
en una recóndita librería de viejo.

—Me resultaría fácil adivinar el objetivo de esta audiencia, pero,
por desprecio hacia ti, prefiero desconocerlo hasta el último momento
—dijo Dios.

Rápidamente el intérprete de Dios tradujo las frases mirando
fijamente al lacayo que le hacía de intérprete al diablo; un filólogo,
profesor de literatura, que había acabado atrapado para siempre en el
inframundo del señor del mal. Tardó varios segundos en repetir el
contenido en el grotesco y recargado idioma de su señor.

—Los acontecimientos que se están desarrollando en el mundo no son
los que habíamos pactado, habíamos dividido el poder; sin embargo…
—dijo el diablo y repitió su intérprete sucesivamente, haciendo ambos
una pausa— ¡ha aparecido un tercer actor!

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