TO.RO *

*TO.RO es un acrónimo de “TO deal with a bull RObot” o también “TOrear un RObot”

En la República Alemana, al sur, en el lander que una vez fue el Reino de España, se lidiaba, por primera vez en la historia, un toro cibernético. Las leyes de la Unión Europea primero y las del país de los teutones después, habían prohibido la tortura de los toros al considerarlos seres sintientes de grado 3 en la escala de Hamilton, de medida de la de capacidad de sufrimiento. Este era el nivel equivalente, por ejemplo, de un niño de 3 años.

El gobierno de la gran provincia de España, que no quería resignarse a perder la tradición, comenzó un programa millonario de construcción de un toro cibernético. Se gastó una parte importante del producto interior bruto durante cinco años seguidos para producir, a partir de un cerebro electrónico y un exoesqueleto, un animal similar, con tejidos reales generados mediante agricultura celular. Sería un ser semejante, con la misma piel, los mismos músculos, los mismos vasos sanguíneos, los mismos impulsos y los mismos deseos.

El nivel de acabado fue espectacular. A simple vista, no era posible distinguir el toro robot de uno real. Tenía los más mínimos detalles, el mismo talante y aplomo, el mismo gesto, la lentitud en el tiempo de reacción que tienen todos los bóvidos. Se había copiado el comportamiento animal, introduciéndolo en el cerebro del toro robot, mirando directamente en lo más profundo y recóndito del ADN, de las estructuras mitocondriales, de las neuronas motoras y podría decirse, del alma misma del noble animal. Todo igual en forma y en comportamiento, con la única diferencia de que el cerebro era una máquina y, por tanto, no podía considerarse legalmente un ser sintiente.

El día de la corrida de toros llegó, sólo había un toro. Si todo salía bien, llegarían más. La plaza estaba llena, antiguos reyes y príncipes, infantas y miembros del gobierno habían acudido, como en el pasado, a ver correr la sangre a borbotones.

El espectáculo comenzó. El tercio de varas fue espléndido, los puyazos entraron bien en el lomo del robot con el consiguiente desgaste muscular (sus músculos, de células reales, movían el esqueleto del robot y su cerebro, al igual que en los toros vivos, regaba todo su cuerpo de adrenalina, provocando el desgaste por fatiga, que esperaba el matador, para completar el resto de suertes). Los registros en el ordenador externo de seguimiento, ubicado en el palco, indicaban que varios tendones, ligamentos, venas, arterias, nervios, costillas y cartílagos habían sido seccionados, tal y como era de esperar.

El tercio de banderillas también fue magnífico, los rehiletes con la bandera rojigualda, que antaño eligiera Carlos III para la marina e Isabel II para el reino, acabaron por destrozar los músculos por los mismos lugares donde antes habían entrado las puyas. TO.RO ya estaba casi listo para el último tercio, el de la muerte.

La lidia con la muleta estaba siendo antológica, los músculos del “animal” encargados de la locomoción se lesionaron gravemente. El robot incluso llegó a caerse una vez, dañándose la zona del carpo, para volver a duras penas a ponerse en pie. Los críticos que estaban presenciando la lidia no daban crédito, nadie del respetable podía imaginar esto. La fiesta se estaba salvando una vez más.

Antes de “dar muerte” al “animal”, el torero tenía que pedir la aprobación del presidente. Tratándose de un ser cibernético cuya construcción había costado miles de millones de euros, no querían precipitarse. Con un estoque perfecto, entre el 4º y el 6º espacio intercostal, en el llamado hoyo de agujas, TO.RO “moriría” sin causar daños ni al cerebro ni al exoesqueleto, que podrían reutilizarse para hacer crecer sobre ellos los tejidos de un nuevo “toro”. El presidente, que había visto centenares de corridas de toros en su vida, no salía de su asombro. En ningún momento había podido distinguir ninguna diferencia con un toro real. Se lo comentó a varias personas del palco, entre ellas a un torero y antiguo empresario taurino, que puso seriamente en duda que ese toro fuese un robot. Cuando el torero pidió su aprobación para entrar a matar, el presidente, con un pensamiento casi reflejo, ante la duda generada por el comentario anterior, ordenó parar. La plaza entera enmudeció, el presidente habló con el técnico en robótica del palco y el técnico se dirigió a la arena inmediatamente.

TO.RO estaba de pie, parado, el técnico sabía que podía ser peligroso acercarse. Sin embargo, al mirarle a los ojos comprendió que no se movería, estaba completamente exhausto. Con delicadeza se acercó al lomo del animal. Su ordenador había estado recibiendo datos del estado de TO.RO pero quería asegurarse de que no eran enviados desde cualquier otro lugar, tenía que comprobar que este toro era TO.RO, así que aproximó una mano a la zona cervical del animal, muy cerca del espacio reservado para la puntilla. Tenía que intentar abrir el compartimento donde se ubicaba un puerto de comunicaciones para el acceso desde interfaces externas al ordenador del “animal”. Rebuscó entre el pelo de TO.RO y después de tres intentos consiguió abrir la puertecilla. El presidente, que había bajado a la barrera, suspiró aliviado y se arrepintió de haber parado la faena. El técnico, en un impulso, como había hecho tantas otras veces durante la construcción y crecimiento del toro robot, conectó una pantalla táctil al puerto de datos para obtener la lectura real de las últimas constantes. En la pantalla aparecieron miles de líneas con el histórico de registros de los últimos minutos. Todas las líneas, una tras otra, decían lo mismo: Tengo miedo. Tengo miedo. Tengo miedo.

El presidente de la corrida, ya junto al técnico, observó también el registro. Inmediatamente, sin consultar con nadie, sacó un pañuelo amarillo. TO.RO había sido indultado. El presidente sabía bien que este era el fin. El fin de todas las tauromaquias.

Comentarios

  1. Genial tu microrelato, lo publicamos en la fanpage de AVATMA (Asociación de veterinarios abolicionistas de la Tauromaquia y el Maltrato Animal) con tu permiso

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